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Hace 57 años, Celia Cruz dejó Cuba para siempre

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Al cerrarse la puerta del avión, también se cerró la posibilidad de regresar a esa tierra hermosa que la vio crecer y destacarse entre los demás artistas de la Isla. Celia, desde ese momento, no volvió a ser la misma.

Un día antes, el 14 de julio de 1960, Rogelio Martínez, director de la Sonora Matancera, la había llamado para confirmarle que en veinticuatro horas saldrían rumbo a México. Que aliste maletas y todo lo necesario para el viaje.

Celia había conseguido un contrato en La Terraza Cassino mientras que la Sonora Matancera uno en el Teatro Lírico. Los contratos eran importantes pues les aseguraban shows de varios meses en ese país, donde la popularidad de su música crecía como la espuma.

La mejor opción era salir, pues aunque ya eran famosos, en Cuba la realidad era otra. Los artistas estaban bajo la estricta mirada del gobierno de Fidel Castro y se veían obligados a cantar a favor del régimen. Algo que ni Celia ni sus compañeros estaban dispuestos a hacer.

Antes de julio, Celia no la había pasado bien. Don Simón, su padre, estaba muy delicado de salud mientras su madre, a quien llamaba de cariño Ollita, había sido diagnosticada de cáncer, algo que afectaba tremendamente a la cantante por la estrecha relación de ambas, algo que resume en estas líneas:

“Yo digo que todas las madres son buenas (…) pero hay algunas que son realmente especiales. Ollita me sabía querer como soy. Me dio mis alas y aunque sabía que abandonaría su nido, nunca me pidió que me sacrificara por ella”, cuenta la cantante.

CON LAS MALETAS LISTAS

Ya casi todo estaba listo para ir a México menos los permisos especiales de salida que había impuesto el gobierno cubano por la gran cantidad de artistas que habían empezado a abandonar la Isla. Sin embargo, Rogelio los consiguió con facilidad, algo que por cierto, Celia nunca llegó a saber cómo lo logró.

El 15 de julio de 1960, Celia desayunó con Ollita, su madre. Le dijo que volvería para que pasen la Noche Buena juntas. Toda la familia se montó en el carro y arrancó para el aeropuerto a despedir a la estrella de la casa. El único ausente fue don Simón quien estaba tan mal que Celia ya hasta había dejado pagados los trámites para el sepelio en caso fallezca.

La leyenda sería: En 1990, Celia fue invitada por el gobierno estadounidense para cantar en la base militar de Guantánamo. Fue lo más cerca que pudo estar de su hogar. Se llevó de recuerdo un poco de tierra en una bolsita. La misma se depositó en su tumba al morir. (Foto: libro, “Celia, mi vida”)

CUANDO SALÍ DE CUBA, DEJÉ ENTERRADO MI CORAZÓN

Celia y su familia llegaron con dos horas de anticipación al aeropuerto de La Habana. Todavía no aparecía ningún integrante de la Sonora, así que se sentaron a conversar de todo. Esos minutos en familia fueron de alegría, abrazos y besos. Los últimos minutos de una familia muy unida.

Faltaba una hora para que salga el vuelo cuando apareció Rogelio Martinez con todos los documentos bajo el brazo. Luego siguieron apareciendo, uno por uno, sus compañeros hasta que el terminal se llenó, puesto que todos llegaron con sus familias para ser despedidos.

“Comenzaron a llamarnos para abordar el avión (…) y sin saber que era la última vez, sentí el sol de Cuba brillar en ese cielo. Me viré para atrás y vi a Ollita sonriendo en la terraza del terminal, y le soplé un beso”, narra la cantante en su autobiografía ‘Celia, mi vida’, escrita en colaboración con la periodista Ana Cristina Reymundo.

La cola avanzó con dirección al avión y la gente empezó a subir por las escaleras. Antes de ingresar a la nave Celia se viró y vió a su madre por última vez. La miró, le sopló un beso y entró.

Cerraron las puertas y todos se asomaron por las ventanillas para seguir despidiéndose. Celia se acomodó al lado de Pedro Knight. De pronto, se escuchó el arranque del motor y el avión empezó a correr por la pista. El vuelo se dio con relativa tranquilidad hasta que de pronto les llegó la noticia que nadie esperaba y que marcaría sus vidas para siempre. Así lo narra Celia.

“Cuando salimos del espacio aéreo y estábamos por entrar en México, Rogelio se levantó y nos dijo: “Caballeros (…), este es el vuelo que no tiene regreso”. Todos nos quedamos fríos. Algunos de los muchachos se pusieron a llorar (…)”, cuenta.

Fotografía de Celia Cruz cargando la bandera de Cuba. (Foto: Facebook/CeliaCruz)

ESPÉRAME EN EL CIELO, CORAZÓN

Celia le corrió un escalofrío por todo el cuerpo y el estómago se le encogió de la angustia. Pedro se puso serio, le apretó la mano y ella soltó un llanto desolador. “Dejé a mi mamá, dejé a mi tierra, dejé mi vida, a mi familia y a tantos amigos. Mi vida, tal como la conocía había desaparecido para siempre“.

Celia no recordó qué más pasó en ese vuelo hacia México. Se perdió en sus pensamientos. Y desde ese momento en adelante decidió meterse completamente en su trabajo, tanto que hasta en los ensayos cantaba con toda la voz que tenía.

La popularidad de la Sonora Matancera alcanzó a tal punto que llegó a brindar hasta siete shows en un mismo día. El escenario, como dice Celia, le sirvió de terapia para superar ese dolor que significó haberse separado de todo lo que la vida le había dado.

Apenas unos días antes de cumplir su primer mes en México, Celia se enteró que don Simón, su padre, había fallecido. En abril de 1962, horas antes de un show en Nueva York, recibió la noticia de que Ollita, su amada madre, también falleció. Desde entonces Celia juró nunca más volver a Cuba, ni aún muerta, salvo se termine el régimen castrista. Y cumplió.

Foto de portada: libro, “Celia, mi vida”. Por Salserísimo Perú

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